miércoles, 18 de mayo de 2016

DE CINE, DE TEATRO, DE NOVELA... Y UNA FÁBULA (A la jeta de los jetas)

(DISPARATE)

Es tema recurrente que, como el Guadiana, aparece y desaparece: el divorcio del cine con el público. Y como siempre, se buscan culpables o, al menos, responsables, que en España es sinónimo de culpables. Que si la falta de ayudas (?), que si el cine americano, que si la gente es beocia, que si el señor que vende palomitas…

Paralelamente, la “gente del teatro” incurre en similares jeremiadas, abundando en que el personal acude poco a verlos y que estos se lo pierden. (No faltan voces sensatas que rozan el meollo del problema, pero sin terminar de hacer diana.)

En cuanto a la novela, saben Uds. perfectamente la opinión de esta triste y patética columna. Encontrar una novela buena, escrita por un autor que no esté criando malvas, es empeño dizque imposible en este solar donde nos colocó el ángel del Señor cuando tuvimos que abandonar el Paraíso.

Tenemos multitud de películas, pero no cine. Innumerables representaciones teatrales, mas no teatro. Y montañas de novelas publicadas ahora por la crisis, gracias a Dios, muchas menos, sin que pueda hablarse de novela. (Excepciones no vamos a decir que no las hay, pero se cuentan con los dedos de una mano.)

Quizá no valga la pena incidir más en esto, que podría ser noticia y no lo es al haberse constituido en el pan nuestro de cada día.

En vez de ello, contaremos una fábula. (La doy apelotonada, un poco ladrillo, como su tema.)

Y es que había una vez una nación que gobernaba un dictador bajito, al que todos afeaban su conducta, y en lo que atañe a la cultura se decía que impedía surgir nada válido bajo su sombra, que era alargada al pasear bajo el crepúsculo. Pero el dictador murió, que es el destino común de los humanos, si hacemos caso a la estadística. Se descorchó cava, que entonces lo llamábamos champán, y el mundo de la cultura, y los demás, se frotó las manos mascullando “ésta es la nuestra”. Se reclamó imperiosamente la publicación de ficciones que la censura, eso se hablaba, había impedido que salieran del cajón: no hubo ninguna. El cine sí ganó: señoritas desnudas siempre que lo exigiera el guión, aunque tampoco hacía falta llenaron con sus jocundas expansiones las pantallas. El teatro incidió feliz en esta línea. Se soltaron tacos. Pero el talento, como si el general de pocos palmos se lo hubiera llevado con él bajo la losa. Trajinaron los cerebros, llegando a la siguiente conclusión: supliremos calidad con cantidad, que, como la gente es tonta, se lo tragará hasta que ideemos otra. Vino un gobierno y se marchó. Llegó otro y también hubo de irse. Apareció un tercero, un cuarto y ni se sabe cuántos más, pero tampoco le pudo poner el cascabel al felino, que arañaba. Y como en la canción, fueron pasando los días, fueron pasando las semanas. Años, lustros, décadas, los forrenta años, que diría Forges. El público se fue desanimando, desertó. El personal culto, los de gafas, se apiñaba entre sí como los gatos en invierno. Se propusieron muchas soluciones, pero no la solución. Había que comer. Que beber. Que viajar. Sobre todo, que beber y viajar. La vida padre. Nada podía poner en peligro las piscinas (en el fondo, comprendían a los que se pasaron a McCarthy). Fin

¿Ha gustado esta fábula? A mí tampoco.




2 comentarios:

  1. ¡A mí tampoco me ha gustado!, el hombre desde que se traiciona así mismo...no digamos más.

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    1. Siempre, en los países, hay un régimen; y siempre, también, hay artistas privilegiados por ese régimen. Qué le vamos a hacer. Luego, están los otros.

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