No se habla de otra cosa. Estés donde estés, vayas donde vayas, por la calle, en el mercado, en los claustros de los colegios, la cola del banco, a la salida de las iglesias, en el parque dando de comer a los patos, allá donde se juntan dos o más personas, el airado comentario es siempre el mismo: No soportamos más, la Constitución nos asfixia. Debemos cambiarla. Antes morir que seguir viviendo bajo su yugo insoportable. Los hombres, en el bar, acodados al mostrador en silencio, están a punto de estallar. Las mujeres contienen sus sollozos. Lo vemos por doquier. Basta asomarse a la ventana para divisar corrillos descontentos. A lo largo del día, por no hablar de la noche, se suceden los momentos en que parece que la revuelta es inminente. Las madres imploran a su santo preferido por los hijos, no vayan a perderse por la ira (legítima) que alberga su corazón, que no entiende de componendas. Quién no tiene un pariente, un hijo, un primo, un cuñado, que no haya llegado al límite de sus fuerzas por esta Constitución que nos oprime. Las personas más sensatas ignoran por cuánto tiempo podrán todavía hacer valer su influencia sobre los díscolos. La situación se nos va de las manos, musitan, llevándose las manos a la cabeza, aunque procurando que su gesto no se vea, para no encrespar a los que tienen a su cargo. Cómo hemos podido llegar a esto. Hay que cambiar la Constitución. Dentro de muy poco, será tarde y se habrá consumado la catástrofe. El barco nacional hace aguas y es por culpa de la Constitución. Millones de personas, compatriotas nuestros, podría decirse que la inmensa mayoría, todos menos el grupito explotador de siempre, están siendo excluidos de la vida pública (algunos también de la privada) y es por culpa de la Constitución. Ruegan mudamente cambiarla, para que todos juntos, unidos, agarrando nuestras manos en inmenso rosario imprecativo, sintamos que participamos de un mismo proyecto que borre para siempre las diferencias que, al momento presente, nos martirizan. Ahora se avecina otra campaña electoral. Es el momento de que los partidos, todos (y todas), incorporen transversalmente esta universal demanda. Cambiar la Constitución sí o sí. Está en juego nuestra supervivencia y el que, en algún momento, olvidando el ominoso pasado, podamos ser felices.
Por si acaso cojo mi rosario. Genial como siempre Señor Rey. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias. Un abrazo, también.
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