LEY MORDAZA
Estoy perplejo y, por qué no decirlo, algo inquieto. Llevamos unos días con esta nueva ley y constato que mi libertad de expresión, que es modesta, pequeña, limitada, sigue intacta y no ha sufrido menoscabo, al menos hasta el momento de escribir estas líneas.
Y cuando digo que estoy inquieto lo digo por si se estuviera incoando contra mí, sin yo saberlo, alguna acción coercitiva derivada de la supradicha Ley.
Aunque lo más fácil es que nadie haya pensado en servidor y, en consecuencia, no se me quiera enjaretar todo ese articulado legislativo, pues sería como matar moscas a cañonazos, siendo yo la familiar e inofensiva mosca.
Por si las moscas, valga la redundancia, me comprometo aquí a no incendiar contenedores ni cajeros, a no abrirle el cráneo con una barra de hierro a ningún policía o incluso a quien no lo sea. Tampoco fabricaré explosivos ni mucho menos los utilizaré.
En cuanto a asediar el Congreso, debo confesar contritamente que, cuando estoy en Madrid, menos veces de las que yo quisiera, no es raro verme por los aledaños del magno edificio, también es verdad que con intención poco agresiva. Aunque sí me ha pasado por la cabeza encaramarme a los leones y pasarles la mano por el lomo, pulsión infantil que hasta la fecha he venido controlando, pero que un día puede llevarme a la perdición.
Ya ven ustedes que no soy del todo trigo limpio, aunque tampoco soy cizaña. No quiero quemar nada, ni agredir a nadie, y de torturar y violar, siempre lo he desterrado de mi vida.
Sí pienso que los que sienten que esta Ley les coloca una mordaza, es posible que lo que necesiten de verdad sea, como poco, un bozal, con perdón de mis amigos perros que me lean.
Aquí lo quiero dejar, no vaya yo solo a incriminarme con mis propias palabras, lo que ya sería de ser tonto.
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