HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)
El caballero Florián fue tocado en sus partes por el caballero Segismundo, quien a su vez sufrió la afrenta de un joven que no fue identificado, pero a quien muchos supusieron el encargado de vaciar el orinal del rey, Tristán. El caballero Florián huyó a los montes, donde cometió tropelías. Y Segismundo prometió una bolsa de oro a quien le trajera maniatado al atrevido, que, al contar con la protección del monarca, felicísimo de sus servicios, se tenía por impune.
Segismundo, mientras maduraba su venganza y sembraba la Corte de espías y sicarios, extendió el uso vergonzoso de que fuera víctima, y rápidamente los gentilhombres sufrieron en sus carnes la vejación. Y en uno de los corredores del castillo, el propio rey sintió que mano anónima le hacía burleta en la entrepierna, proclamando de inmediato un edicto que prohibía la costumbre, que no hizo sino arraigar, contribuyendo a que el herrero trabajara día y noche fabricando unos a modo de receptáculos de hierro que hacían virtualmente imposible tal insania.
Mientras tanto, el caballero Florián, cansado de perpetrar desmanes, regresó subrepticiamente a la Corte y se enteró de la costumbre, sabiendo a la par que sólo él se hallaba al descubierto. Al haber vuelto furtivo, no se decidía a visitar al herrero, solicitando el artilugio. En la fonda donde permanecía escondido –el posadero le era fiel a causa de un antiguo servicio-, cavilaba en la forma de procurarse protección, y no encontró más salida que, amparándose en la noche, despojar a un caballero, el cual resultó ser el propio Segismundo, quien identificó a su agresor a la luz de un rayo de luna que se filtró de una nube.
Estando los dos en tablas, se enconaron paradójicamente todavía más los odios. A todo esto, Segismundo seguía incansable intentando humillar a Tristán, sólidamente protegido por el artefacto y por el rey.
Florián y Segismundo, con su bando respectivo de leales, se enfrentaban a pica y espada por las noches, y el amanecer mostraba un rastro de cadáveres que, más de una vez, el rey contempló desde su almena.
Llegaron viajeros a la Corte, los cuales, muy perplejos, también visitaron al herrero. El rey los recibió y aquéllos expresaron una queja. El monarca, por toda respuesta, se puso en pie y abrió su capa. Los viajeros se marcharon esa tarde. Horas después, Tristán fue sorprendido vaciando un orinal de su regio contenido y los dos bandos se cebaron entre sí con crueldad.
El rey ordenó la paz so pena de destierro, y dispuso que lo que hasta entonces fuera infamia constituyera en adelante saludo marcial de caballeros. La Iglesia puso algún reparo, pero, en aras de la concordia, acabó sancionando el deseo del monarca.
(Continúa en "El galope atolondrado del caballero Bragamondo")
(Continúa en "El galope atolondrado del caballero Bragamondo")
¡Miraré para otro lado como si conmigo no fuera la cosa, y nadie me haya visto leer tan atrevido texto!, ejjejejjeje. Genial como siempre. Un abrazo Señor Rey.
ResponderEliminarOtro abrazo, Anónima Teresa.
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