miércoles, 22 de abril de 2015

"FABULILLA" (Al revés de la trama)

HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)

Un avaro guardaba en su casa un gran tesoro. Todas las noches, mientras los demás dormían, él permanecía en vela contando las monedas. Cuando el primer fulgor del alba penetraba por la claraboya, escondía los caudales, incorporándose sin haber descansado a la tiendecita donde ofrecía cachivaches. Se pasaba las horas temiendo entraran ladrones y localizaran el dinero. Al anochecer volvía a embelesarse con su escondido capital. La ciudad entera, engañada, compadecía su indigencia.
Pasaron meses, años. Su cabello se volvió gris y luego blanco. Enflaqueció y una joroba, como la de los dromedarios que atravesaban el desierto, curvó con severo trazo sus espaldas. En ocasiones lamentaba no haberse casado, pero lo gravoso de mantener mujer e hijos, aprendido de las quejas que en este sentido escuchaba a los clientes, le confirmaba en su resolución. 
Un día, al abrir la tienda, oyó gritos y voces en la calle. Los ejércitos del sultán acampaban al pie de las murallas. Exigían la entrega del hombre más miserable de la ciudad. 
Tan extraña petición hizo acudir a sus umbrales a un grupo de notables, rogando se sacrificara por el bien de todos. Ninguno tan pobre como él, le dijeron, y además carecía de familia que adoleciera de su pérdida. Él pensó: “Si muestro mi tesoro, me libraré de caer en manos del sultán, pero habré despertado la codicia de mis conciudadanos, que, antes o después, asaltarán mi casa para despojarme. Por otro lado, no deseo ser entregado al enemigo”
Extrajo entonces una moneda de su escondrijo y la enseñó a sus convecinos, afirmando que acababa de encontrársela. Con la treta, hubieron de elegir a otro, aunque la moneda se destinó a socorrer a la prole del inmolado. A la mañana siguiente, regresó el emisario del sultán con idéntica exigencia, y él volvió a repetir el ardid, presentando ahora dos monedas. 
Ocurrió igual cada mañana, debiendo el avaro doblar su oferta, con lo que dilapidó su tesoro, convirtiéndose sin remisión en el más pobre y siendo entregado por último a las tropas del sultán, que lo empalaron. 
Quienes le habían precedido en la entrega, que permanecían en cautiverio comiendo berberechos –pues no eran el verdadero objetivo del sultán, el cual buscaba castigar la avaricia y cochambre del insolidario, del que tenía noticia por sus espías–, regresaron alborozados a sus casas. El sultán se retiró, recibiendo en adelante los sobrenombres de “Magnánimo” y “Justiciero”.


2 comentarios:

  1. Precioso cuento y con una gran enseñanza, la palabras " Magnanimidad" es una joya que más que entenderla hay que sentirla, y Usted si sabe sentirla, Señor Rey. Un entrañable abrazo de mi parte para Usted. Y gracias por todas estas bonitas historias que nos regala. La anónima Teresa.

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    1. Javier Rey de Sola23 de abril de 2015, 11:05

      Gracias. Sus palabras suponen un estímulo en una vida (literaria) en que no abundan. Un abrazo.

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