miércoles, 2 de marzo de 2016

LA FORMA EN QUE ALGUNOS MUEREN (A Ross Macdonald, cuyo es el título)

HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)

     Cuando te mueres, la gente, incluso la que más te ha querido (sobre todo ésta), no se anda con contemplaciones. Les falta tiempo para deshacerse de ti y meterte en una caja, la que a su vez introducen en un hoyo que precintan, alejándose de la zona acto seguido. Los más sañudos te reducen a cenizas que colocan en un bote, siendo verdaderamente el colmo que las aventen o las tiren al océano para garantizar que no quede de ti el menor rastro.
     Sobre la muerte, nunca se reflexiona demasiado. O quizá sí. Un rumor muy insistente pretende que este trance nos aguarda a todos.
     Manifestamos en esta columna nuestras dudas.
     No vamos a hablar de Enoc o Elías, de los que se cuenta que fueron arrebatados al cielo en vida. Pero existen desapariciones súbitas que no se explican únicamente por la felicidad doméstica que el sujeto no supo apreciar, induciéndole a bajar a por tabaco a las antípodas, donde viviría en adelante feliz y despreocupado bajo un puente.
     Según los investigadores de fenómenos esotéricos o paranormales, muchos de los que se esfumaron sin más (no todos) supieron trascender esta grosera realidad y ascendieron a otro plano, desde el cual, presuntamente, nos considerarán a los demás unos jijas por continuar enredados en estos torpes y mundanos afanes de los que nunca se saca nada en limpio.
     Es muy posible que tengan razón, y si la policía supiera discriminar casos de casos se evitaría muchísimo trabajo.
     ¿Y la esquela? ¿Se han parado Vds. a considerar por qué se publicita la desaparición del finado en el periódico? Así se anuncia a los conocidos del difunto que son inútiles e improcedentes las gestiones para conseguir la devolución de esos euros que se cometió la temeridad de prestar al que pasara a mejor vida. Bien es cierto que todo dependerá del aplomo con que la familia se niegue a asumir los descarríos económicos del muerto, que hay personas que flaquean en este trance.
     También es un hecho que las disposiciones obituarias se cumplen raramente, y siempre a la medida y conveniencia de los que quedan transitando en este valle. Lo más inteligente (y además te quitas de cuidado y vives más) es no pretender nada para después de tu postrera exhalación.
     Sin embargo, es inevitable darle vueltas.
     Cuando yo me muera (si es que este hecho termina aconteciendo) me gustaría que mis deudos adquirieran unos miles de hectáreas, donde erigirían un túmulo con mi estatua en bronce (aguanta a la intemperie más que el oro) que se divisara desde kilómetros a la redonda. Habría diariamente chiringuitos con churros y volatineros. Y de noche, fuegos artificiales dibujando barrocas figuras en el cielo. Así, hasta la extinción de los tiempos, que tampoco irá para tan largo, según el parecer de futuristas.
     Confieso que no tengo grandes esperanzas de que se cumpla mi deseo, aun dejándolo por escrito como estoy haciendo y con los lectores de testigos (que pueden ser llamados a declarar en cualquier momento). Pero allá los que me sobrevivan, si quieren quedar en evidencia.
     Que ustedes finiquiten bien. Pero sin precipitarse, que luego nos amontonamos a la entrada. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario