miércoles, 25 de febrero de 2015

LOS TELÉFONOS MÓVILES (A las ondas)


HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)

No cabe duda de que el invento de la telefonía móvil, y su rápida y entusiástica adopción por el común, han supuesto para la sociedad un gran avance. 

Pensamientos de calado se difunden libremente por el éter, sin cable y al margen del sitio en que puedan localizarse los hablantes.

Antes, necesitando en calle efectuar una llamada, teníamos que hacer rápida memoria sobre la situación de las cabinas, para encontrarnos al llegar a una con que habían arrancado el auricular de cuajo.

Esa etapa penosa ha quedado superada. El móvil te pone inmediatamente en comunicación con quien deseas, desde el punto exacto en que te viene la urgencia.

–Estoy en la calle Santiago... Sí, en la calle Santiago... Voy hacia la plaza Mayor... Calle Santiago, plaza Mayor... Eso, sí... Si no vienes tú, me acerco yo... Que si no vienes tú, me acerco yo... Lo que prefieras... Bueno, vale... ¿Qué hora tienes?... Yo, también... Un minuto menos... Oye, sólo por curiosidad, mira a ver la hora que tienen en Hong Kong... El botón de arriba, como el mío... Pues será el botón de abajo... ¿Y esa música?... Quítala, que no te oigo... Que la quites... Sí, que la quites... Ya sé que te has liado, pero quítala... Ahora... Sí, soy el de la camiseta roja de tirantes... ¿Me has visto?... Coño, joder... Si vienes detrás, te espero... No me importa... O si te parece, me adelanto y voy pidiendo... Piénsalo, que de verdad que no me importa... Que te digo que de verdad que no me importa... O si te parece mejor, cuelgas, llamas y pides, y luego nos llamamos... O llamo yo, que tanto me da... Lo que prefieras...

¡Imposible esta instructiva conversación en el pasado!

Previamente al advenimiento de este artilugio, del tamaño de una cajetilla de tabaco y tan inocuo, la incomunicación había llegado a niveles alarmantes. Los grupos humanos comenzaban a disgregarse, la familia –cada uno de sus miembros ocupado en su quehacer– se veía privada de confesarse sus cuitas a la hora de la comida y todo el mundo, en general, campaba errático por sus respetos, sin poder interactuar de manera fulminante.

Pero he aquí que llegó el móvil. Cierto que se alzaron voces hablando de sus riesgos para la salud y enfatizando el ridículo y la presunción de quienes, sin cortarse un pelo, daban o recibían instrucciones en plena calle a través de su cacharro. Descalificábamos a éstos, como ha ocurrido siempre con los pioneros, insinuando que nos querían dar en las narices con su modernidad.

Nada más lejos, sino que constituían –sin ser conscientes de ello muchas veces, y de ahí su mayor mérito– el ariete, la vanguardia, de los felices y relacionados tiempos que vivimos y que jamás nos atrevimos a esperar. Una cosa es la ciencia ficción, pensábamos, y otra la realidad, siendo esta última la que se arrastra penosamente, como la lombriz o el caracol, en pos de la primera sin alcanzarla nunca.

Bien está lo que bien acaba. En la actualidad, campos y ciudades se encuentran repletos de personas que, con naturalidad, sin alharacas, como el pistolero del oeste sacaba su revólver, desenfundan el móvil para manifestar con candorosa sencillez:

–Que si vas tú o vengo yo... El de la camiseta roja de tirantes... ¡Joder, pues porque la otra ya la llevaba puesta dos semanas!...

(No comentaremos las numerosas aplicaciones que con el tiempo -poco- se sumaron al mero hecho de hablar por el cacharro. El tema nos daría para una enciclopedia, y éstas han devenido arcaicas.)



1 comentario:

  1. Genial la conversación por el móvil. Como todo avance es bueno para según qué fines, por ejemplo si te quedas tirado en la carretera porque se te avería el coche, bendito invento puedes llamar a la grua, antes no se podía, quitando lo esencial, las conversaciones directas son mejores, el móvil sólo para la utilidad aunque algunas personas abusan de él para tonterías.

    ResponderEliminar