HUMOR ENTRE CASCOTES (DISPARATE)
A partir de un viejo relato del escritor, alcohólico y ex heroinómano, se puso
a trabajar el guionista, que consiguió terminar su labor en el plazo asignado
por la productora. Sin embargo, y para empezar, el resultado no satisfizo al
escritor, quien no se recató de pregonar a los cuatro vientos que el traslado
al lenguaje cinematográfico, además de haber frivolizado su texto, de por sí
serio y con aire de tragedia griega –la crítica lo afirmó en su día–, se
“enriqueciera” gratuitamente con escenas que no existían en el original;
verbigracia, cuando el protagonista, nada más salir del garito donde
acababa de recibir una paliza, hace bailar una peonza sobre el asfalto
mojado por la lluvia. Esta singularidad –¡y había tantas!– desfiguraba hasta
hacerlo irreconocible el mensaje implícito en la narración.
Por otra parte, quien se perfilaba como director del film, responsable hasta el momento de instructivos documentales sobre la vida del tapir, consideró que se podía prescindir de la mitad del guión, logrando con ello enemistarse al guionista, al productor ejecutivo, entusiasta (sin leerla) de la previsible adaptación a la pantalla, y a un par de actores secundarios que estaban negociando bajo cuerda su inclusión en la película y cuyos papeles, si se aceptaba la sugerencia del director, desaparecían de un plumazo.
El protagonista, veterano actor de comedias musicales, insistía por razones desconocidas en aparecer desnudo en algún plano, aunque fuera general, mientras su partenaire se negaba decididamente a exhibir ante la cámara un centímetro de cutis que no perteneciera a su ovalado rostro, retratado hasta la saciedad por los fotógrafos de las revistas ilustradas.
En cuanto al chihuahua que, en determinado lance, debía hacer aguas menores sobre la colcha de la cama de la hermosa mientras en el exterior se incrementaba el tiroteo entre las bandas, nadie había conseguido encontrar un animal de semejantes características, siendo así que un ayudante técnico electricista, cuya opinión, a saber por qué, se tenía mucho en cuenta, encontraba imprescindible que fuera de esta raza.
A todo esto, la estación avanzaba y las condiciones climatológicas necesarias para la ambientación del film –tiempo desapacible, lluvioso– corrían el riesgo de desaparecer ante una anticipada primavera que todos los meteorólogos del país preveían unánimes, aunque luego no acertaran (pero esto no podía saberse). De no empezarse inmediatamente el rodaje, se insistía –el dinero no terminaba de llegar y corrían rumores de insolvencia–, habría que posponerlo hasta el siguiente año, pues era impensable trasladarse al norte, no sólo por los gastos, sino porque existían serios problemas de convivencia entre los integrantes del equipo, como no ignoraba la compañía de seguros, que se había negado a extenderles una póliza individual a todo riesgo.
El autor del relato en que se inspiraba la película consideró oportuno entonces montar guardia armado de un revólver ante el domicilio del guionista, quien no se atrevió a denunciarle a la policía debido a que acumulaba una cantidad increíble de multas de tráfico, además de que pendía sobre él una orden de busca y captura por proxenetismo, cuya verdadera culpabilidad recaía, no en él, que por las fechas del delito se volcaba en su afición a los opiáceos, sino sobre la calva cabeza de un instigador del retorno a la naturaleza, que acabó perdido en una expedición al Amazonas. Amigos del guionista o, por mejor decir, acreedores, interesados como es lógico en su integridad física para que ganara dinero y les pagara, consiguieron ahuyentar al escritor, proponiéndole la venta a plazos de una enciclopedia literaria en la que no figuraba su nombre.
La mujer de la limpieza que, se rodara o no, fregaba los estudios cada noche se alzó acto seguido con su primera reivindicación de mejoras laborales, que consistían sustancialmente en que el grueso de su tarea lo desempeñara un chico que, de forma reiterada y sin que nadie pudiera impedirlo, se colaba en el plató. El comité negociador que se nombró, integrado, entre otros, por un montón de extras a quien alguien, imprudentemente, había firmado un contrato vitalicio y que por esta razón se les ocupaba en lo que fuera, desestimó las exigencias de la mujer de la limpieza, obligándola a prohijar al muchacho, lo que indujo a éste, al enterarse, a efectuar cabriolas de alegría, con el triste resultado de que se golpeara la cabeza contra un mascarón de proa perteneciente al atrezzo del estudio, teniéndose que pasar hospitalizado varias semanas a cuenta del ya exiguo salario de la reclamante.
Para terminar de rematar las cosas, se supo que, en la sala de reuniones del estudio (que servía de trastero, pues allí no se reunía nadie), persona o personas deconocidas se intercambiaban estampitas de la Virgen. Al extenderse la especie con el correspondiente escándalo, la policía acordonó la zona, dejando desasistidas otras zonas de la ciudad, en las que se incrementó el delito, invirtiendo las estadísticas existentes hasta la fecha y destrozando en consecuencia la carrera política de un senador, que terminó dedicándose a la pesca, que era lo que en el fondo deseaba.
El nerviosismo que la suma de contrariedades iba acumulando en los atribulados ánimos del equipo de filmación indujo a celebrar en las cocheras una fiesta de disfraces, que terminó con la mayoría de los asistentes llorando a lágrima viva por su existencia desperdiciada y sin objeto, conclusión a la que se llegó tras el alegato de uno trajeado de predicador anabaptista y que se imbuyó de su caracterización más de la cuenta.
Para colmo, una inundación seguida de un incendio (lo contrario habría sido más oportuno) dejó que daba pena el edificio de la productora, los estudios y la herboristería de la esquina, que principiaba a rendir en términos económicos. Se llamaron unos a otros maricas y pajeros, lo que creó muy mal ambiente, acabándose de hundir el proyecto.
El escritor y el guionista se pegaron un tiro con escasas horas de intervalo, el aspirante a director decidió seguir rodando sus documentales y los demás, actores, equipo técnico, productores, etcétera, sacaron pasaje, cada cual por su lado, a distintos países intertropicales donde se las arreglaron para vivir sin hacer nada.
Durante mucho tiempo se habló en el mundillo cinematográfico del abortado rodaje.
Por otra parte, quien se perfilaba como director del film, responsable hasta el momento de instructivos documentales sobre la vida del tapir, consideró que se podía prescindir de la mitad del guión, logrando con ello enemistarse al guionista, al productor ejecutivo, entusiasta (sin leerla) de la previsible adaptación a la pantalla, y a un par de actores secundarios que estaban negociando bajo cuerda su inclusión en la película y cuyos papeles, si se aceptaba la sugerencia del director, desaparecían de un plumazo.
El protagonista, veterano actor de comedias musicales, insistía por razones desconocidas en aparecer desnudo en algún plano, aunque fuera general, mientras su partenaire se negaba decididamente a exhibir ante la cámara un centímetro de cutis que no perteneciera a su ovalado rostro, retratado hasta la saciedad por los fotógrafos de las revistas ilustradas.
En cuanto al chihuahua que, en determinado lance, debía hacer aguas menores sobre la colcha de la cama de la hermosa mientras en el exterior se incrementaba el tiroteo entre las bandas, nadie había conseguido encontrar un animal de semejantes características, siendo así que un ayudante técnico electricista, cuya opinión, a saber por qué, se tenía mucho en cuenta, encontraba imprescindible que fuera de esta raza.
A todo esto, la estación avanzaba y las condiciones climatológicas necesarias para la ambientación del film –tiempo desapacible, lluvioso– corrían el riesgo de desaparecer ante una anticipada primavera que todos los meteorólogos del país preveían unánimes, aunque luego no acertaran (pero esto no podía saberse). De no empezarse inmediatamente el rodaje, se insistía –el dinero no terminaba de llegar y corrían rumores de insolvencia–, habría que posponerlo hasta el siguiente año, pues era impensable trasladarse al norte, no sólo por los gastos, sino porque existían serios problemas de convivencia entre los integrantes del equipo, como no ignoraba la compañía de seguros, que se había negado a extenderles una póliza individual a todo riesgo.
El autor del relato en que se inspiraba la película consideró oportuno entonces montar guardia armado de un revólver ante el domicilio del guionista, quien no se atrevió a denunciarle a la policía debido a que acumulaba una cantidad increíble de multas de tráfico, además de que pendía sobre él una orden de busca y captura por proxenetismo, cuya verdadera culpabilidad recaía, no en él, que por las fechas del delito se volcaba en su afición a los opiáceos, sino sobre la calva cabeza de un instigador del retorno a la naturaleza, que acabó perdido en una expedición al Amazonas. Amigos del guionista o, por mejor decir, acreedores, interesados como es lógico en su integridad física para que ganara dinero y les pagara, consiguieron ahuyentar al escritor, proponiéndole la venta a plazos de una enciclopedia literaria en la que no figuraba su nombre.
La mujer de la limpieza que, se rodara o no, fregaba los estudios cada noche se alzó acto seguido con su primera reivindicación de mejoras laborales, que consistían sustancialmente en que el grueso de su tarea lo desempeñara un chico que, de forma reiterada y sin que nadie pudiera impedirlo, se colaba en el plató. El comité negociador que se nombró, integrado, entre otros, por un montón de extras a quien alguien, imprudentemente, había firmado un contrato vitalicio y que por esta razón se les ocupaba en lo que fuera, desestimó las exigencias de la mujer de la limpieza, obligándola a prohijar al muchacho, lo que indujo a éste, al enterarse, a efectuar cabriolas de alegría, con el triste resultado de que se golpeara la cabeza contra un mascarón de proa perteneciente al atrezzo del estudio, teniéndose que pasar hospitalizado varias semanas a cuenta del ya exiguo salario de la reclamante.
Para terminar de rematar las cosas, se supo que, en la sala de reuniones del estudio (que servía de trastero, pues allí no se reunía nadie), persona o personas deconocidas se intercambiaban estampitas de la Virgen. Al extenderse la especie con el correspondiente escándalo, la policía acordonó la zona, dejando desasistidas otras zonas de la ciudad, en las que se incrementó el delito, invirtiendo las estadísticas existentes hasta la fecha y destrozando en consecuencia la carrera política de un senador, que terminó dedicándose a la pesca, que era lo que en el fondo deseaba.
El nerviosismo que la suma de contrariedades iba acumulando en los atribulados ánimos del equipo de filmación indujo a celebrar en las cocheras una fiesta de disfraces, que terminó con la mayoría de los asistentes llorando a lágrima viva por su existencia desperdiciada y sin objeto, conclusión a la que se llegó tras el alegato de uno trajeado de predicador anabaptista y que se imbuyó de su caracterización más de la cuenta.
Para colmo, una inundación seguida de un incendio (lo contrario habría sido más oportuno) dejó que daba pena el edificio de la productora, los estudios y la herboristería de la esquina, que principiaba a rendir en términos económicos. Se llamaron unos a otros maricas y pajeros, lo que creó muy mal ambiente, acabándose de hundir el proyecto.
El escritor y el guionista se pegaron un tiro con escasas horas de intervalo, el aspirante a director decidió seguir rodando sus documentales y los demás, actores, equipo técnico, productores, etcétera, sacaron pasaje, cada cual por su lado, a distintos países intertropicales donde se las arreglaron para vivir sin hacer nada.
Durante mucho tiempo se habló en el mundillo cinematográfico del abortado rodaje.
jejejjej, genial desastre pero con un gran transfondo mensajístico, Señor Rey. Saludos.
ResponderEliminarGracias, sus comentarios siempre suponen un estímulo.
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