miércoles, 13 de mayo de 2015

PENTALOGÍA DE CANTOR DEL RÉGIMEN - 3 Un hombre universal para el milenio (2000)

HUMOR ENTRE CASCOTES (DISPARATE)

(Durante cinco jueves -éste es el tercero-, presentaré aquí la estampa de lo que ha venido siendo y figurando el "intelectual" español en los últimos veinte años, al vaivén de la alternancia política en el país, a la que se ha adaptado camaleónicamente de manera magistral. 
Con objeto de contextualizar su lectura, se indica la fecha en que estos artículos fueron publicados. Los 4 primeros aparecieron en la Revista Argaya, de la Diputación de Valladolid; el último, por razones en las que no quiero escarbar, halló su acomodo en la Revista En taquilla, también de Valladolid.)

Todo el mundo aguardaba expectante el inicio del tercer milenio. Recogemos aquí las cuitas interiores (y exteriores), por las fechas, del impar Florencio García Retortillo.

       Florencio García Retortillo, poeta, escritor, autor de poemas antológicos estudiados en escuelas y universidades, beneficiario de multitud de galardones con los que se había querido recompensar su infatigable entrega a la creación y la cultura, y cuyo nombre sonaba con fuerza en su país para el último sillón vacante en la Academia, encaraba con ánimo incierto la frontera del milenio, que entre otras cosas le introducía de manera irremisible en la sexta década de su fructífera existencia.

       Por de pronto, su compañera de siempre, que, desde los míticos inicios de su comprometida convivencia, repartía solidariamente sus afectos entre el vate y un pintor informalista, había vuelto a repudiarle, cayendo por enésima vez, no sin hastío, en brazos del segundo. Se preguntaba el “mimado de las musas” –como calificara inteligentemente a Retortillo un periódico keniata– si influyera en el abandono la fascinación por la última etapa plástica que atravesaba el artista, incorporando en caliente boñigas de hipopótamo a sus lienzos. García Retortillo, aunque hecho polvo, absolvió por anticipado a la voluble, deseando –sí– que en esta ocasión su etapa de soledad no se prolongara demasiado.

       Las zozobras personales de Florencio, señal de la firmeza de su credo literario, se sublimaron andando las semanas hacia el campo metafísico, vertiendo el caudal de su talento en un ensayo que, después de numerosas dudas, titulara Colofón. El tocho fue jaleado en Madrid y Barcelona, sin que pasara desapercibido en su comunidad de origen, poniéndose en marcha de inmediato su traducción a quince lenguas, entre las que destacaba la versión a un subdialecto tlascalteca, que se enmarcaba en un hermanamiento entre pueblos impulsado por un señor calvo muy activo, titular de una oficina dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores generosamente subvencionada con el consenso de todos los partidos, y que habría de contar –el hermanamiento– con nutrida representación municipal de la ciudad natal de Retortillo, con el alcalde a la cabeza. Los periódicos, unánimemente y al margen de las diferencias que guardaban en otros campos, habían alabado sin medida la solidez y profundidad de Colofón, cuyo título, dicho sea de paso, no terminaba de convencer a su autor, sugiriéndole un final de trayecto literario al que se resistía como un gato y que relacionaba supersticiosamente con el comienzo del siglo XXI. 

       El “cincelador virtuoso del idioma” –así denominado en la contraportada de un flamante poemario, aparecido bajo el sello de una editorial vinculada con la Iglesia–  desestimara por las fechas una conferencia en la Universidad más antigua del país, cuyos confalonieros leyeron compungidos, minutos antes del comienzo, un telegrama en el que Florencio García Retortillo se disculpaba de la súbita indisposición que le acababa de sobrevenir, impidiéndole emprender viaje. Era sabida, y se comentó en voz baja, la erupción cutánea que en épocas de crisis agobiaba a Retortillo y que le interesaba delicadas zonas. “Está escocido”, comentó lacónico y malhumorado un bedel a los estudiantes agolpados a la entrada del Paraninfo para escuchar al escritor, y que hubieron de conformarse con una lección magistral sobre onomatopeyas a cargo de un mindundi que se consiguió traer a toda prisa.

       Estos ingratos sinsabores parecieron batirse en retirada ante una feliz iniciativa a cargo de la NASA, que en su próxima misión al misterioso Marte había anunciado su propósito de incluir un paquete con las voces de los personajes mundiales más sobresalientes, cuya biografía estuviera a caballo entre el milenio que moría y el naciente. El nombre de Florencio García Retortillo –y su conocido timbre desganado, recitando sus propias poesías– fue objeto de debate en el seno de una comisión formada por entregados avalistas patrios y pragmáticos anglosajones, que dudaban (los últimos) si rubricar su trayectoria o inclinarse, como terminó ocurriendo, a favor de una cantante intelectual que arrasaba con sus ritmos caribeños las cadenas televisivas de la nación más poderosa de la tierra. Para contrarrestar el imparable avance de la otra, los amigos decidieron a la desesperada filmar al candidato practicando parapente, donde –el plano se expurgó de la secuencia– perdió en un aparatoso aterrizaje los paletos, que, con objeto de reimplantárselos, costó luego trabajo localizar en la rocalla.

       La derrota a cargo de la potencia trasatlántica, evocadora de la sufrida por su país ante el mismo pueblo un siglo antes, acentuó su conocida aversión a cualquier producto que se originara en aquel suelo, en especial –siempre había sido Retortillo muy cinéfilo–, las recientes entregas destinadas a la pantalla. “¡Jamás aplaudiremos –clamó en un memorable artículo, aparecido en el rotativo madrileño que le venía apoyando sin fisuras desde sus tempranos balbuceos– esos engendros que, camuflados de arte, no tienen otra finalidad que estimular los bajos apetitos del público embrutecido, distrayéndole de combatir la alienación, tarea urgente e indeclinable del arte a nuestro juicio!”

       El artículo fue reproducido en todos los medios importantes y glosado por un miembro de la Conferencia Episcopal, que le envió una mesurada carta de pláceme. Semejante unánime respaldo le compensó no poco del desaire experimentado con la NASA.

       Meses después, recibió una llamada telefónica de su compañera desde el otro lado del océano, solicitando volver a residir bajo el mismo techo: el pintor, de camino hacia la Meca neoyorkina, había sido detenido por los agentes de aduanas al intentar pasar de matute unos onagros.

       Esa misma noche, mientras ella volaba de regreso al nido, García Retortillo comenzó, emocionado, otro libro de poemas, algunos de cuyos versos leyó por teléfono a su adormilado editor de Barcelona.

       Florencio García Retortillo había salvado el bache del milenio.


(2000)


2 comentarios:

  1. Genial!!!. Jejejejje " los camuflados de arte".

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    1. Javier Rey de Sola15 de mayo de 2015, 12:38

      Conozco muy bien a este ganado. Saludos.

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