HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)
La prepotencia le perdía a Thompson. Su agente de la condicional, John Smith, estaba a punto de arrojar la toalla. Pero se mantenía en su puesto porque le quedaba poco para jubilarse y a dónde iba a ir que más valiera.
Thompson llevaba sobre sus espaldas reiteradas fugas, frustrándose la mayoría de ellas al borde de un barranco o en las márgenes de un río imposible de vadear... y eso que sus antepasados lo hicieran conduciendo cornilargos (antes de introducir los herefords) y hostigados además por los indios, escapados de la reserva donde permanecían todo el santo día mano sobre mano, circunstancia aquella (la de que el penado no cruzara el río) que indicaba que la raza degeneraba, lo que atañe tanto a Thompson como a Smith. (Leer este párrafo de nuevo, para enterarse, que me ha salido un poco alambicado.)
Total que otra vez nos encontramos a Thompson corriendo que se las pela por carreteras del desierto en un descapotable, con la policía de tres o cuatro estados a los talones y el sufrido de John Smith (Juan Pérez) rogándole que, por la gloria de su madre (la de Thompson), no agravara su caso, que le podría llevar a la inyección letal. Pero el otro apresuraba la marcha. Momento en que comenzaron a silbar las balas y a ganguear el megáfono, intimándole a la rendición, a lo que el fugitivo respondía que naranjas de la China.
Los de los derechos civiles, enterados de la persecución por los mass media, que filmaban desde un helicóptero la escena, sacaron a relucir la infancia desdichada de Thompson, atenuante, según ellos, de la posterior trayectoria del delincuente, cuando si le hubieran tratado con cariño en sus años formativos, mejor nos hubiera lucido a todos, eso decían, el contribuyente se habría ahorrado su dinero, y mejor prevenir que lamentar.
Argumentación que encabronó a un senador republicano, que no podía ver ni en pintura a los de los derechos civiles, de los que formaba parte su propia hija del senador, cuyos muslos y pandero (de la hija) eran causa directa de que engrosaran las filas solidarias, aunque en principio no hubiera mucha relación (esto opinaban los más cándidos).
En resumen, que la hija del senador, cuya madre había muerto o bien no aparece en esta historia, se las arregló para localizar a Thompson en un lugar abandonado que había sido en el pasado emporio minero y que ahora era conocido como “el pueblo fantasma”.
La hija del senador y el delincuente se enamoriscaron al calor de una fogata, lo que significa que ella se apeara de su alcurnia elevándose él paralelamente y confluyendo en un justo punto medio, donde los filósofos sitúan la virtud, que esa noche no salió muy bien parada...
Pero la ley gravitaba sobre sus cabezas como espada de Damocles. Y al llegar aquí, le muerde un viborezno al agente de la condicional, que era gordo y sudaba como un caballo bajo el sol, que allí arrea que da miedo. Y se descubre que Thompson era investigador secreto al servicio del gobierno, infiltrándose entre la delincuencia más grosera y desarticulando un montón de bandas.
Y todos ¡más contentos!, menos John Smith, acabado de espichar por la picada, y los de los derechos civiles, que quedaron un tanto desairados, lo que dieron en el informativo de las ocho, donde casi logran emitir un fugaz plano de la hija del senador bajándose de un coche, pero el padre hizo valer sus influencias, que algún gaje tiene que tener dedicarse a la política.
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