jueves, 24 de septiembre de 2015

UNA DE GÁNGSTERS

HUMOR ENTRE CASCOTES (DISPARATE)

El ambiente se había vuelto irrespirable. La jefatura de don Miquele, ejercida con mano de hierro en la ciudad durante más de medio siglo, tocaba a su fin y Caponato, el candidato pactado para sucederle, encontraba más oposición de la esperada. Todas las noches se sucedían enfrentamientos en los barrios y, aunque la prensa estaba amordazada, el eco de la lucha se difundía en cuchicheos por las calles desde primera hora. 
Los ingresos por la venta de licores, prostitución y tragaperras descendían alarmantemente. La policía, recibiendo ahora menos sobornos, se dedicaba en venganza a hacer cumplir la ley, con el consiguiente desconcierto entre las personas decentes. 
Por primera vez en su vida, don Miquele sentía que no controlaba el territorio. Uno de los últimos intentos para imponer su autoridad había fracasado. Su fiel sicario, Memo, un subnormal con almorranas encargado de los trabajos sucios, regresó sin haber podido cumplir su cometido de amedrentar a los usuarios de la guardería municipal, que le habían arrastrado a los retretes para sacarle la pichurra. El jefe, al enterarse del suceso en la habitación del hospital donde permanecía en situación estacionaria, se arrancó en un ataque de ira la mascarilla de oxígeno, estando a punto de palmarla.
Caponato, sabiéndose en el punto de mira de los responsables de las distintas zonas, intentó conseguir el aval de la influyente mujer del senador, que encabezaba una campaña, con el apoyo de las iglesias, para que no se meara en las esquinas. La dama, nada más recibirle en su “boudoir”, le echó calculadora la mano a la bragueta, despidiéndole a continuación muy bruscamente. 
Tras un día entero de buscarlo, encontraron a Caponato en un tugurio junto al muelle, completamente juma e intentando rimar versos. Éstos fueron rotos en pedazos y arrojados a una alcantarilla, recibiendo el dueño del local unos sopapos para que no se fuera de la lengua. 
Algo más tarde, estalló una huelga en el hipódromo y Caponato fue enviado a reprimirla. Don Miquele, que se comía las uñas aguardando el desenlace –era la prueba de fuego del pupilo–, se enteró de que éste no tuvo otra idea que predicar a los huelguistas la abstinencia, lo que les enardeció de tal manera que le arrojaron sin pensarlo al lago Michigan, de cuyas sucias aguas le sacó vomitando un señor con un bichero.
Don Miquele no pudo resistirlo y la diñó. El entierro fue multitudinario y hasta el más mindundi recibió permiso en el trabajo para acudir a las exequias. Memo no dejó de llorar a lo largo del trayecto al cementerio y se lo hizo todo en los pantalones. Caponato pronunció un discurso que la prensa glosó durante semanas, mientras en los barrios crecía imparable la revuelta. 
La mujer del senador se mudó a Europa.

¡DANZAD, DANZAD, MALDITOS!
(continuación del anterior)

Los últimos momentos del anciano don Miquele, responsable del crimen organizado en la ciudad durante décadas, fueron dramáticos. Una noche, se escapó desnudo del hospital donde daba las últimas boqueadas, confundiéndose sus aterrados gritos con los de las parturientas que, entre jadeos y sudores, arrojaban sus vástagos al mundo. Memo, el sicario deficiente con almorranas que, lealísimo, dormía vestido sobre un banco en el pasillo, se precipitó tras él con su pañuelo para taparle el pijo. 
Un fotógrafo que aguardaba en la calle la noticia del deceso inmortalizó al idiota con una mano sobre las nalgas de su jefe, al que apremiaba con ternura de vuelta al hospital, y el pañuelo levantado por la brisa como el velamen de un navío. La instantánea le valió al fotógrafo un buceo repentino, con zapatos de cemento, por el Michigan.
Caponato, el designado sucesor –que generalmente caía como un tiro, dada su afición a masturbar a los caniches–, fue instado por Memo a visitar a don Miquele, a cuyo lecho de muerte era reacio a presentarse, prefiriendo interesarse de su estado por teléfono. El heredero, después de consultar con su asesor de imagen –al que pagaba un sueldo fabuloso, complementado con un plus de especial dificultad en el trabajo–, acudió en su limusina al centro sanitario, inquiriendo desde la puerta y sin bajarse del vehículo por la salud del desahuciado. 
Casi en seguida, aparecieron los estibadores del puerto por un extremo de la calle y le mentaron la madre, señora que iba por los bares intentando rebañar para su hijo. Caponato, muy colorado, mandó al chófer salir cagando leches, con la mala fortuna de que atropellaron a unas monjas, cuya orden remitió al Ayuntamiento, al día siguiente, una mesurada carta de protesta que en el Consistorio se pasaron por la piedra, pues estaban comprados la mitad de los concejales. 
Caponato, su madre, el asesor de imagen, Memo y un descendiente en línea directa de los peregrinos del Mayflower, reunidos en la lavandería del hospital para aliviar la tensión contando chistes, se pusieron en determinado instante a jugar a la gallina ciega, terminando aquello como el rosario de la aurora y no pudiéndose después mirar a la cara. Un vendedor de perritos calientes fue con el soplo al periódico, donde los redactores se hartaron de darle patadas a los huevos, bajo la benévola mirada del padre de don Miquele, fundador del diario, cuyo retrato al óleo, maculado por la deposición de muchas moscas, colgaba en la pared. 
Ante la descomposición que reinaba principalmente en los barrios, se trajeron refuerzos de las ciudades cercanas, y un Secretario de Estado de Cultura, galardonado sin mérito en su país de chicha y nabo, se ofreció con sonrisa jesuítica a mediar en el conflicto. 
Ni que decir tiene que se le descojonaron.



2 comentarios:

  1. ¡Genial...genial, Señor Rey!, ¡ anda que Memo...! Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Como avisan en las créditos de algunas películas, "este film está basado en personajes reales". Gracias por su amable elogio.

      Eliminar