miércoles, 2 de septiembre de 2015

CUENTO RARO (A Rodrigáñez y Peña, a quién si no)

HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)

A Carlos Rodrigáñez le perseguía un pasado de injusticia y de miseria. Las que él había provocado con su incorrecto desenfado y su boicot sempiterno a las normas sociales y académicas.
Su valetudinaria madre, una ancianita de cabellos plateados, nariz aguileña, gafas de hipermétrope, manos de pianista castigadas por la artritis y una inconfundible voz cascada que le amonestaba desde su infancia, le decía que era malo. Rodrigáñez reía.
Un amigo de Rodrigáñez, Peña, le propuso un negocio fraudulento, cuyas características mantuvo en secreto hasta que las reveló, uncioso. Era noche sin luna, sacudida por la helada. El hombre del tiempo (una mujer) había anunciado temperaturas primaverales, pero sin comprometerse con la fecha, con lo que acabó acertando.
El trapacero negocio consistía en invertir poco, o nada, y obtener ganancias cuantiosas explotando la buena fe de las gentes, que cada vez tenían menos (la sociedad en la que estaban inmersos iba de cráneo) y cuanto antes aprovecharan esa candidez, mejor. Rodrigáñez miró aviesamente a Peña, quien le correspondió con sonrisa de doblez e intemperancia.
Peña y Rodrigáñez. Rodrigáñez y Peña. El binomio humano era conocido en prostíbulos y dancings, romerías y torneos, escaladas sin cuerda a montes bajos y expediciones antropológicas a pueblos cercanos, donde al principio los recibían con los brazos abiertos y, posteriormente, conocidas sus verdaderas intenciones, encerrando bajo llave a las mujeres golosas de la comarca, que se las solían arreglar para descolgarse por un desguarnecido ventanuco. Rodrigáñez reía, también Peña.
Les plantó cara un fornido. Se la rompieron los amigos, no sin pagar un alto precio, pues fueron vilipendiados con auténtica acritud. Existieron quienes hicieron acopio de voluntad para enemistar a Rodrigáñez con Peña, a Peña con Rodrigáñez.
Fracasaron y el espeso manto del olvido venteó en estúpidas pavesas los fútiles nombres de los enredadores, quienes, en adelante, privados de entereza, secundaron las proposiciones de cualquier tronado.
Caminando por tupido bosque, le flaqueó a Peña el ánimo. Fue el secreto mejor guardado entre los dos. Sin embargo, las ardillas, los pájaros veloces, las nubes, hasta el musgo, difundieron la debilidad del negociante.
Éste renunció a todas sus ansias, apetencias, ambiciones. Abandonó oropeles, se arrancó del pecho insignias y condecoraciones (y algunos pelos), ante el crítico estupor de Rodrigáñez, quien no supo, no pudo o no quiso contener el desfondamiento del colega.
Era el momento que esperaba la madre del perdido Rodrigáñez. Derramando lágrimas de gozo, volvió a censurar al vástago con epítetos trufados de cariño y elocuencia. No se ablandó entonces Rodrigáñez, porfiando en sus tropelías pueblerinas, que en más de una ocasión dieron con sus huesos en la cárcel, de donde le sacaban efímeras doncellas emborrachando a los guardianes.
Rodrigáñez tenía un capitalito que fue dilapidando. Al faltarle Peña, no lograra restaurarlo. Rodrigáñez se encontró, cubierto de harapos, pidiendo en las esquinas. O quizá, no.



2 comentarios:

  1. Sorprendentemente magistral Señor Rey, toda una verdad sin rodeos. Me ha encantado el detalle del " Hombre del Tiempo ( mujer)", es verdad que antes en los telediarios eran casi siempre hombres, ahora son mujeres que por cierto lo hacen muy bien, no como otras tontitas en otros trabajos.

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    1. Las mujeres suelen hacer bien casi todo, menos lo que hacen mal (algunas cosas). Buen fin de semana.

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