miércoles, 14 de octubre de 2015

MUSLANDO POR LA VIDA (Folletín en una entrega)

HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)

Era pura, pero se había encanallado. Mucho tuvo que ver en ello el primo lejano de un tío materno suyo, que la miraba con alarmante fijeza por entre las breñas que circuían el descuidado jardincito donde transcurrió su infancia, finalizando ésta bruscamente una tarde calurosa de verano, a consecuencia de una actuación carnal del primo.
La joven, casi niña, huyó de su casa sollozando. Los padres murieron de dolor y vergüenza, en breve lapso.
El causante de la iniquidad –el primo lejano de su tío materno–, después de amañar en beneficio propio el testamento familiar y pegarle al tío materno un tiro en sus partes (silenciamos cuáles), salió en pos de la pequeña. En el pecado llevaba la penitencia: se había encoñado.
La localizó enseñando impúdicamente los muslos (no él: ella), que en el ínterin –seguía siendo verano– se habían bronceado del color de la canela. 
La interpeló, celoso y zaino:
-Esas pétreas columnas, que semejan salidas de la grecorromana escuela, si no del cincel de Miguel Ángel, y que, conservando su dureza marmoleña, el sol ha pintado de su pátina, ¿por qué no las hurtas a la mirada transeúnte, con tela de saco hasta los pies?
Ella rió. Cantarinos arpegios salieron de su garganta.
-Te jodes –le anunció, subrayando hasta el naturalismo sus andares.
Rugió el primo como el león en la sabana, como el terremoto de San Francisco, como las chimeneas del Titanic (hace ya cien años, cómo pasa el tiempo) al hundirse pavorosamente en el Atlántico, donde también se sumergiera el continente de su nombre. 
Pero no nos desviemos. 
Paseaba ella sus muslos, como quien no quiere la cosa, allá por donde iba. El primo, que se había propuesto recuperarla, la impetró:
-Recátate.
Ella, ni caso. Y todavía hizo más bandera de sus epicúreas mercedes, sobre las que se sucedieron, con calenturiento guiño, las estaciones, el día y la noche, el tiempo atmosférico con su bondad o su inclemencia y un vivales que se quiso aprovechar y que fue respondido con el rigor de un gran desprecio. 
Un marqués la envió una esquela de amor, por mediación de un jorobado. Como ella no se decidía, el marqués ordenó que la raptaran. 
Había un niño que no se sabía de quién era: si del inicial estupro sufrido por la joven, de otros posteriores, o fruto de unos amores ilegítimos del conde (que también lo era, aparte de barón y de marqués). El infante pasó de unas manos a otras, mientras la supuesta madre permanecía secuestrada: sus raptores, enardecidos ante su visión mirífica, no la cedían ni siquiera por la crecida cantidad pactada, actualizada según el coste de la vida.
La escena de noche, en el cementerio, prepara el desenlace. El marqués cae muerto a una fosa de un infarto. El primo de marras recibe una cuchillada en pleno vientre, por cuya herida se le derramó, cadencioso y puntual, educadísimo, el mondongo. 
Ella escapó, no dejando nunca de mostrar los muslos, níveos en la época del frío, dorados a partir de primavera. Al niño lo colocaron a la puerta de un convento.



2 comentarios:

  1. ¿ Y qué partes serían esa, la cabeza quizás?, ejejjeje, y en muchas ocasiones nos desviamos. Fabulosa historia, Señor Rey. Un abrazo.

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