miércoles, 4 de noviembre de 2015

LA VENUS DE VELÁZQUEZ (También llamada, entre otras cosas, Venus del espejo)

HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)


(En sobrecogedora exclusiva mundial, ofrecemos lo que cavilaba la modelo según era inmortalizada por el genio del artista. Cómo nos hemos enterado es cosa nuestra, aunque sí decimos que las pesquisas efectuadas han sido de todo, menos fáciles. Inicialmente, y dado lo extraordinariamente sensible de la información que ha llegado a nuestras manos, barajamos la posibilidad de guardárnosla para nosotros, si acaso compartiéndola con escogidos estudiosos en el bar. No lo hemos hecho así, y allá te va. Desnuda y sin afeites, como la propia augusta dama. Obran asimismo en nuestro poder datos que han permitido reconstruir el grado de intimidad alcanzado entre el pintor y la pintada, en determinado momento de ejecución de la obra. Pero de esto no nos sacarán palabra, en parte porque somos caballeros –la policía todavía no ha podido demostrarnos nada-, en parte también porque lo último que deseamos es crispar la convivencia: si se tiene que crispar, que lo haga sola.)

LA VENUS: Viendo mi retrato fidedigno, por detrás, opinarán futuros entendidos que, como Narciso, me abismo en la contemplación de mis faciales rasgos allende la frontera del espejo, desasistida e inocente de la imagen que muestro de mi espalda… en particular allí donde concluye. Nada más falso, sino que, sin desdeñar la finura de mi cara, me ofrezco al contemplador como traidor señuelo, comenzando en primer lugar por el pintor, cuyo elocuente pincel tiembla de ganas de hundirse en la paleta para reflejar, entre otros, ese prodigio que, siendo uno, se subdivide en dos y que los indoctos denominan culo, en este caso mío. No obstante, me contradiré afirmando –no en vano soy mujer- que hubiera querido poseer un cuerpo feo: joroba, pies enormes, rostro sin gracia… Pero natura me dotó de lo que muestro, temo que para perdición del viril sexo, como anatemiza la gente de sotana, atribuyendo a Belcebú mis ubérrimos donaires. ¿Qué culpa tengo yo de las sinuosidades abismales que se aprecian en mi cuerpo, del giro mareante que emprenden, desde la cintura, mis caderas, cerrándose otra vez sobre sí mismas, en camino de rampante perfección hacia los muslos, desde donde se atisba la finura cervatilla del tobillo? ¡La responsabilidad, ea, a quien me creó de esta manera, sea el de tridente y cuernos o Aquel contra quien osó éste rebelarse! ¿Pero qué digo? ¿Blasfemo? No quisiera, sino que nada más pretendo, débil y torpe fémina que soy, expresarme, barruntar lo mismo que colige el hombre, que nos viene de antiguo pintando y esculpiendo naturales a las hembras. ¿Por qué lo hará? No me atrevo ni a pensar que, con la figura nuestra de esta guisa, o sea desnudas, se dispongan a atropellar nuestra virtud, expugnar nuestros baluartes, derribando por tierra, como bolos (como bolas), el esférico y múltiple bagaje con que nos damos al peregrinar del mundo, liándola tremenda, dicho sea de paso, allí por donde vamos. El ser peludo que nos acecha de continuo, que sigue mentalmente habitando en las cavernas, no puede abrigar tan canalla previsión. O sí. En todo caso, yo ofrezco un toma y daca, o lo que es igual, que niego la mayor, o sea, que me presento a sabiendas excitante, haciendo paralelamente dengues como que no sé que les altero como a garañones a la vista de una yegua… que soy yo. ¡Dios mío, si estas reflexiones llegaran al grueso de los hombres! Pero no hay peligro, pues mi expresión, la que se nota en el espejo que sostiene el angelote, no permite adivinar mi pensamiento, que se presume puro y que, de conocerse tal como es y aquí pondero, sería un auténtico bombazo. Le cuesta al pintor finalizar el cuadro. Sólo yo sé de sus sudores, no ya artísticos, sino también destilados de su hombría. La erudición futura, acaso, discutirá si me sacó del natural, de escultura o de una estampa. Pero estampas y escayolas son inertes, y por genio que posea el de Velázquez no habría sido capaz de plasmar la realidad de esta pintura. No dejo de estar soliviantada. Bajo coartada del estudio, ¿se observarán mis ricuras al detalle? ¡Pero qué voy a protestar si lo busqué! No cabe que me engañe en esto: no ya los eruditos, sino meros espectadores me taladrarán con su mirada en el museo allí donde estaré, mientras sus mujeres les tiran de la manga apartándolos del cuadro. Me place imaginarlo. Pero dejaré de elucubrar, que tengo sueño. Echaré una cabezada, si me lo permiten los jadeos del artista, de quien me callo si me llegó a gozar y no quiero detenerme en ello, que existen zahoríes que desentrañan el más oculto pensamiento. Aunque me temo que ya es tarde para la mental cautela, y en todo caso me la suda, así de casquivana soy. Otro día comento de mis pechos, que don Diego, me lo ha dicho, intentará venirme de frente en otro cuadro.



2 comentarios:

  1. ¡Genial Señor Rey, no sabía que tuviera esta Dama tantos secretos!, siga contado, siga contando, esto es más interesante que la tele y los personajes actuales que desconocemos por completo y aburridos que son. Sin embargo D. Diego nos regaló esta maravilla de secreto pictórico, y supongo que los Señores darán riendas sueltas a la imaginación que no es malo.


    Señor Rey, por favor si pudiera Usted algún día entrevistar a alguna sirena y contarnos sus secretos se lo agradeceríamos. Si estas entrevistas son más útiles e interesantes que el panorama actual, ya digo.


    Un abrazo.

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    1. Lo que yo pongo está, en el fondo, revelado por cada pincelada de don Diego. Y me parece que tengo por ahí algo de alguna sirena. Quizá más adelante lo cuelgue aquí. Saludos.

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