miércoles, 30 de marzo de 2016

LA ESCRITURA (A LO QUE ACECHA)

HUMOR ENTRE CASCOTES (ENIGMA)

A través del ventanal del edificio histórico donde le permitían trabajar, entraba el sol a raudales en la tarde de domingo de aquella temprana primavera. Por la mañana había llovido, pero después el tiempo se serenó, pareciendo anticiparse en el aire el perfume de las flores de los parterres de la plaza, a las que todavía faltaban semanas para abrirse.
En la mesa, el grueso mazo de folios que contenía el manuscrito de la novela, en cuyos últimos toques se ocupaba: alguna coma, unos pocos adjetivos y adverbios suprimidos. Era la historia quintaesenciada de una época, en la que se fundía la trágica peripecia de una saga familiar con chuscos episodios protagonizados por la servidumbre, todo ello sobre un fondo sangriento de interminables guerras. 
Cogió el bolígrafo y prosiguió la labor de corrección, prácticamente ultimada. Se sabía la novela de memoria, y podía empezar a recitar por cualquier sitio prosiguiendo hasta el final, sin mirar más que espaciadamente el texto.
Avanzada la tarde, fue por primera vez consciente de uno de esos crujidos de los que son pródigos los casones con varios siglos a su espalda. Siguió escribiendo, sus ojos más cerca de los folios ante la progresiva luz menguante.
La segunda ocasión el ruido fue más nítido, coincidiendo con que el sol traspasaba definitivamente los tejados al otro lado de la plaza, la cual se oscureció de repente, mientras un viento frío agitaba las todavía desnudas ramas de los árboles. Su mente se pobló de sangrientos episodios, aquelarres, sórdidos intereses de familias decadentes, incestos: los temas que llenaban su novela.
La tercera vez el ruido se entreveró de llantos de niños y mujeres, crepitar guerrero y una risa violenta y demoníaca que habría de sentir espeluznado en sus oídos, mientras abandonaba la habitación en que había trabajado, descendía las amplias escaleras y alcanzaba el zaguán, sin posibilidad ni fuerzas de descorrer el cerrojo para alcanzar la calle. 
Lo encontraron muerto sobre las losas del portal al día siguiente, lunes, jornada en que el invierno, contra predicción sustancial de meteorólogos, volviera a hacer inequívoco y rotundo acto de presencia.

2 comentarios:

  1. ¡Ajá, habrá que buscar uno de esos detectives o algún que otro alcahuete del pueblo para que investigue en el caso!, yo creo que ante tanta soledad el protagonista cuando salía a dar un pequeño paseo por los alrededores veía caras raras en los vecinos.

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    1. Los vecinos, si se les mira bien, siempre tienen caras raras. En cuanto a la soledad, qué le voy a contar...

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