HUMOR ENTRE CASCOTES (ENIGMA)
Las veces que intentaba hablar en la oficina era enmudecido con groseros aspavientos. De manera que rompió su hucha de cerdito y se compró un megáfono. En una de las reuniones, cuando se discutían los presupuestos, conectó el aparato y murmuró: “Solicito se me conceda la palabra”. Los que estaban allí, ante el bramido que salió del artilugio, dieron un bote en el asiento y preguntaron: “¿Quién ha hablado?” “Yo”, repuso el vozarrón, pues en tal se había convertido su exigua vocecilla. Le miraron con curiosidad, punto de inquina, rogándole con forzada cortesía desconectara el artefacto y se dirigiera a ellos con su voz usual, que sabrían escucharle. Se negó y, sin darles tiempo a reaccionar, presentó un largo memorial de agravios que los otros escucharon con asombro. Aparte de ser continuamente despreciado y sus propuestas ignoradas, dijo, se quejó de que no se le permitiera utilizar el teléfono público, situado en el pasillo, más que en contadas ocasiones, siendo así que todos se servían indiscriminadamente de él, incluso para asuntos personales. Ellos negaron y lo echaron a barato, pero la voz tonante que provenía del megáfono insistió en que, de los empleados que llenaban la sala, era el único que no poseía la llave de los urinarios, teniendo que acogerse al recurso de una tapia, fuera del perímetro de la oficina. Aquí se sintieron verdaderamente dolidos, y varios le alargaron implorantes su llave. El compañero siguió: “En los cumpleaños se me olvida por sistema, por más que nunca dejo de contribuir con mi óbolo a la onomástica de todos, incluido el jorobado de la entrada”. Alguien de entre ellos no pudo resistirlo y se sumió en amargos sollozos. A estas alturas, se sentían confundidos, sin que fuera posible inteligr quién, de entre todos, era el sincero arrepentido. El megáfono chirrió y pudo aventurarse la esperanza de que enmudeciera, estropeado. Sin embargo, continuó trasmitiendo los agravios del hombre de la vocecilla, notablemente acrecidos por la técnica. “Lo que nunca os perdonaré”, siguió, “es vuestra insensibilidad, tan dolorosa, que me ha forzado, como veis, a medida tan extrema y, en el fondo, un sí es, no es, ridícula. Mi venganza la pronunciaré en seguida. Ahora, cuando enmudezca este cacharro, no contaréis más con mi presencia, mi compañerismo será mero recuerdo. Me veréis salir por esa puerta, la cual se cerrará para siempre a mis espaldas”. Dicho lo cual, corrió la silla, se levantó, dio media vuelta y se fue, dejándoles con cabal remordimiento.
Amén
ResponderEliminarGenial idea la del protagonista: " Yo”, repuso el vozarrón", jejejej, más de una vez cada cual debería hacer algo parecido ante los memos estúpidos.
ResponderEliminarQuizá no sobraría. Un saludo.
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