HUMOR ENTRE CASCOTES (ENIGMA)
La envidia unos la pintan negra, como la mugre; otros aseguran que es
de color verde esmeralda; y aun existen quienes la imaginan amarilla o
encarnada, en este último caso con tonalidad según autores. La envidia es el
cáncer del espíritu. Y defecto innoble y de escasa gallardía. Razón por la que
se camufla de virtud. Es la hipocresía su sirviente fiel.
La envidia sonríe amablemente, pero en el fondo de su sonrisa está la mueca. Lanza hacia su objeto los tentáculos y despliega incesante actividad para abatirlo. Sabe agazaparse durante años y es capaz de enormes sacrificios, aunque también de vez en cuando se agita y se impacienta. Son esas reacciones inexplicables que sorprenden al incauto. Cuando la envidia percibe una oportunidad, salta con impulso de pantera y muestra su rostro verdadero, que es terrible.
La envidia ni duerme ni descansa. Habita entre lombrices y murciélagos y su alma es un racimo de babosas. Áspides, venenos, puñales son sus armas. Es el ángel negro de todos los artistas. Los escritores la conocen bien. Cada mañana la sienten acezar sobre su hombro.
Desordena los ámbitos domésticos y recorre los ambientes. Algunos la confunden con los celos; otros, con la ira necesaria. Es planta trepadora que asfixia la flor y come el fruto. Se desconoce su raíz, como antaño se ignoraron las fuentes de los ríos. ¿Cómo nace un envidioso? Es un enigma, quizá por encogimiento y cobardía. Sí se sabe que, según lugares, se afianza con garra sobre el campo fértil.
La envidia predispone a la traición. Judas selló su estado con un beso. Compone mentira de jirones de verdad, y la presenta como túnica inconsútil, la que sortearon los verdugos en el Gólgota.
Es la única lacra que se oculta, como una enfermedad inconfesable. Se dice: “Soy perezoso o iracundo. Soy rencoroso”. Nadie admite: “Soy envidioso”. El propio muchas veces no es consciente de su tara.
Inspira la maledicencia y la calumnia. Es ésta, la calumnia, su inseparable. Nunca se rinde, y para lograr sus fines convoca antinaturales alianzas. El envidioso no se da tregua. Persigue sin desmayo su presa.
Amiga del dinero, no lo envidia tanto como parece. Esto es curioso y ella sería la primera sorprendida. Lo que verdaderamente la desazona son las prendas personales.
Su compañía es incómoda. Se experimenta desazón como cuando va a descargar una tormenta. Existen sortilegios para mitigar sus efectos, aunque la mejor cautela es la distancia.
Si la murmuración arruinara tantas famas y rindiera bastiones de otro modo inexpugnables, queda por hacer el censo de la envidia. Ésta despobló el primer Edén y armó el brazo del más antiguo homicida. Mueve los hilos de las conspiraciones, inspira guerras y malbarata causas nobles. Es cómplice de sicarios y mediocres. Íntima del Gran Inquisidor, come todos los días en su mesa.
Desenmascararla es inútil: la envidia siempre tiene coartada.
La envidia sonríe amablemente, pero en el fondo de su sonrisa está la mueca. Lanza hacia su objeto los tentáculos y despliega incesante actividad para abatirlo. Sabe agazaparse durante años y es capaz de enormes sacrificios, aunque también de vez en cuando se agita y se impacienta. Son esas reacciones inexplicables que sorprenden al incauto. Cuando la envidia percibe una oportunidad, salta con impulso de pantera y muestra su rostro verdadero, que es terrible.
La envidia ni duerme ni descansa. Habita entre lombrices y murciélagos y su alma es un racimo de babosas. Áspides, venenos, puñales son sus armas. Es el ángel negro de todos los artistas. Los escritores la conocen bien. Cada mañana la sienten acezar sobre su hombro.
Desordena los ámbitos domésticos y recorre los ambientes. Algunos la confunden con los celos; otros, con la ira necesaria. Es planta trepadora que asfixia la flor y come el fruto. Se desconoce su raíz, como antaño se ignoraron las fuentes de los ríos. ¿Cómo nace un envidioso? Es un enigma, quizá por encogimiento y cobardía. Sí se sabe que, según lugares, se afianza con garra sobre el campo fértil.
La envidia predispone a la traición. Judas selló su estado con un beso. Compone mentira de jirones de verdad, y la presenta como túnica inconsútil, la que sortearon los verdugos en el Gólgota.
Es la única lacra que se oculta, como una enfermedad inconfesable. Se dice: “Soy perezoso o iracundo. Soy rencoroso”. Nadie admite: “Soy envidioso”. El propio muchas veces no es consciente de su tara.
Inspira la maledicencia y la calumnia. Es ésta, la calumnia, su inseparable. Nunca se rinde, y para lograr sus fines convoca antinaturales alianzas. El envidioso no se da tregua. Persigue sin desmayo su presa.
Amiga del dinero, no lo envidia tanto como parece. Esto es curioso y ella sería la primera sorprendida. Lo que verdaderamente la desazona son las prendas personales.
Su compañía es incómoda. Se experimenta desazón como cuando va a descargar una tormenta. Existen sortilegios para mitigar sus efectos, aunque la mejor cautela es la distancia.
Si la murmuración arruinara tantas famas y rindiera bastiones de otro modo inexpugnables, queda por hacer el censo de la envidia. Ésta despobló el primer Edén y armó el brazo del más antiguo homicida. Mueve los hilos de las conspiraciones, inspira guerras y malbarata causas nobles. Es cómplice de sicarios y mediocres. Íntima del Gran Inquisidor, come todos los días en su mesa.
Desenmascararla es inútil: la envidia siempre tiene coartada.
Gran Artículo, Señor Rey, y toda la razón, magistral su forma de presentar a esta Señora tan ingrata, si se la puede llamar Señora que ni eso, la Señora Gratitud es más bella, está claro.
ResponderEliminarMagnífico: " Mueve los hilos de las conspiraciones, inspira guerras y malbarata causas nobles. Es cómplice de sicarios y mediocres".
La mejor cautela la Distancia, es la verdad. " La envidia es una declaración de inferioridad." Napoleón.
" ¿Qué es un envidioso? Un ingrato que detesta la luz que le alumbra y le calienta." Victor Hugo.