HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)
(Tragedia en tres actos, con Prólogo y Epílogo, que incluye una anagnórisis como un piano. Por razones de espacio, expurgamos la hojarasca, quedándonos con las escenas más significativas y entrañables. Comenzamos con la anagnórisis –por otro nombre, agnición–, que, como saben hasta los burros, es la revelación dramática de una identidad que hasta el momento se ignoraba. No confundir con cuando la Policía te toma las huellas dactilares, que te han pillado con el carrito del helado.)
MADRE: ¡Hijo!
HIJO: ¡Madre!
MADRE: ¡Hijo!
HIJO: ¡Madre...!
(Así, la intemerata, fundiéndose luego en un abrazo que arranca estremecedores aplausos en el patio de butacas, menos un perillán, a quien le da por arrojar titos de aceituna al escenario, que dónde habrá aprendido sino en clase, a pesar de lo cual viene promocionando hasta con nota.
Telón y entreacto, que aprovecha el público ilustrado para mear y ellas en particular para retocarse el colorete y buscarse unas a otras faltas y lunares. Nadie se atreve a dar su opinión sobre la obra, en primer y último lugar, porque no saben. Para disimular, muestran, sobre todo ellos, una media sonrisa como si estuvieran en el ajo de claves que a los demás se les escapan. Seguimos con el Tercer Acto y Epílogo hasta el Fin.
El CONDE avanza sinuoso por los corredores del castillo, que también son sinuosos. Éste es un monólogo que me río yo de Hamlet.)
CONDE: (Embozándose en la capa.) ¡La anagnórisis ha estropeado mis torticeros planes, con el trabajo que empleé, jolines! (Ya nadie dice “jolines”; es preferible “joder” o “la puta que te parió”, aunque queda un poco basto y te pueden untar en el hocico. Sigue el CONDE.) ¿Habrá un benéfico designio que se complace en echar la zancadilla a los malvados? ¿Por qué la madre no puede ser mía, y de qué manera y con qué ayuda sobrevivió su hijo al orfanato, a donde yo en persona le conduje de noche en una canastilla, saltándome vesánicamente los semáforos? ¡Sufro, y mi sufrimiento es tan intenso como justo, pues no tengo empacho en admitir haberme comportado como un marrano, pisoteando mi alcurnia, mi linaje y mi abolengo, vocablos que más o menos son sinónimos! Pero, ¡ja!, lejos estoy de arrepentirme ni enmendarme...
(Trastabilla y se da una morrada tan realista que el respetable sospecha si estaría en el texto. La mirada del personaje se pone vidriosa: le ha dolido.)
CONDE: (Rehaciéndose.) ¡Tengo un montón de preguntas para las que carezco de respuesta, y un montón de respuestas de las que ignoro la pregunta! Aunque todo se resume en un único y gigantesco ¿POR QUÉ...?
(Repite la interrogación como tres o cuatro veces, a lo que se suman efectos luminosos y sonoros, que es todo lo que capiscan los críticos asistentes de los periódicos locales. Poco después, el CONDE se precipita a un pozo. No se sabe si es suicidio o que no ha visto levantada la trampilla, quedando el final ambiguo.
El público sale impactado de la sala, pero en cuanto le da el aire se recupera, marchándose a cenar a un restaurante, donde se lo pasan hablando de bobadas. Los más afortunados mojan.)
¡Zumba que dale, si no nada de negocios como diría Dickens!
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