(Capricho)
"El organigrama" (Capítulo 2 de 5)
(Resumen de lo publicado: Pío Socaliñas, sin comerlo ni beberlo –no ha ingurgitado nada en montón de horas–, aparenta no existir para lo bueno, porque para lo malo, sí. Leer Capítulo 1 )
El sol se columpiaba como una naranja, encima de un tejado.
Socaliñas, habiendo dormido en un zaguán con unos gatos, se contempló las facciones en un escaparate. Su otrora nariz recta y apolínea figuraba un garabato. Para qué hablar de los dientes. Revoloteó un grajo en su mejilla, donde erizadas púas comenzaban a distinguirse inamistosas.
“¿Qué he hecho de mi vida?”, monologó. “¿Por qué tan esquiva se me muestra, que no consigo llevarla por camino recto y ni siquiera por senderillo de cabras? ¡Si al menos, para mitigar mi soledad, una perrita lulú me hiciera compañía...!”
Una severa anciana que pasaba murmuró:
–¡Cochino!
Advirtió Pío que el comercio ante el que estaba situado era de ropa interior de señora. Se tiñeron de rosicler sus pómulos.
Adelantada la mañana, consiguió llenar el bandullo con una sustancia mucilaginosa que disputó exitosamente a unas ratas. Reconfortado, se introdujo en un recinto donde se respiraba finura y distinción y un fuerte olor a meados.
Se acercó a él una mujer desnuda.
–¿Viene a la clase de encaje de bolillos? –le inquirió.
–Ponga que sí –admitió Socaliñas, no queriéndose cerrar ninguna puerta, dadas las circunstancias.
Ella achicó los ojos, desconfiada.
–¿Es usted Vladimir?
–Lo juro.
–Quiero una prueba.
Pío Socaliñas se la dio tras un biombo. La mujer salió, al cabo de segundos, arreglándose el peinado.
–¡Vladimir, cuánto has cambiado...! –le tuteó.
Respondió Pío:
–Sencillamente me he curtido. ¿Qué esperabas? Uno no es hombre para permitir que los acontecimientos pasen sin dejar huella. No permanezco al margen. Actúo. En ocasiones con acierto; otras, dejando tras de mí la viscosa huella del error. ¿Parece mal?
Ella hizo pucheros.
–¿Ya no te acuerdas de cuando me llamabas macizorra?
Pío Socaliñas se sentía paulatinamente más seguro. Retazos de su antiguo dominio sobre el ambiente se posaron sobre sus hombros como una capa de armiño.
–Preséntame al picha que está dentro –ordenó.
–¿No quieres asearte? La nariz te cuelga como un badajo de campana.
–He tenido un tropiezo –admitió malamente Socaliñas.
–Razón de más –repuso ella.
¡Qué enérgico Pío, no pierde ocasión!
ResponderEliminar¡Gracias Señor Rey por entretenernos con historias divertidas, merece la pena que la mente se divierta!
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