(Capricho)
"El organigrama" (Capítulo 4 de 5)
(Resumen de lo publicado: Pío Socaliñas, sin comerlo ni beberlo –no ha ingurgitado nada en montón de horas–, aparenta no existir para lo bueno, porque para lo malo, sí. Leer Capítulo 1
Pío Socaliñas, un poco deprimido, y no es para menos, conoce a una mujer misteriosa, a la que saluda con efusión. Leer Capítulo 2
Socaliñas le ha soltado al Coronel una buena tabarra sobre su infancia. ¿Quiénes son éste y la hembra que le acompaña? Leer Capítulo 3)
El Coronel derribó de un golpe a la mujer, desparramando cúpulas, redondeces y convexidades sobre la tarima. Socaliñas se crispó de rabia.
–Le aconsejo –dijo el Coronel sacando un arma– que no haga nada que pueda empeorar la situación... Vladimir.
La pausa al pronunciar su nombre espurio sonó como un petardo.
–¿Cree haber venido aquí por casualidad? –añadió aquél, fruitivo.
La dama recuperó la vertical, en gráfico paralelo con la tectónica terrestre. Lo registró un sismógrafo lejano.
Dijo el Coronel:
–Sé que no se llama Vladimir, sino Pío Socaliñas y que no figura en ninguna de las listas del Gobierno, por la sencilla razón de que yo me he encargado de que lo borraran. ¿Qué dice a eso?
Se creció Pío.
–Podría endilgarle –respondió– un tratado exhaustivo sobre las buenas maneras; pero he comprobado que son las malas, amén de ineficaces. Y si espera que le pregunte por la razón de su perfidia, así como por el motivo profundo de mi estancia en esta su casa a la que me he presentado atraído oscuramente y que, dicho sea sin ánimo de ofender, exhala decadencia, no lo haré. Sin embargo, usted me lo dirá.
El Coronel rió, muy divertido.
La mujer se rascó el rizado pubis, en señal de advertencia a Socaliñas. Aprovechó él para meterla mano.
La risa del Coronel se acentuó.
–Se cree muy listo –se mofó–. Pero ¿quién puede afirmar que sabe nada? Estudiosos y filósofos de todas las catervas se han pelado las cejas intentando describir la realidad, que se les escapaba de entre los dedos como un travieso pececillo, sin dejar adivinar su esencia. ¡Y usted pretende saber algo!
Avanzó Socaliñas pie, canilla y muslo en dirección al Coronel. Éste elevó unos grados el arma.
–Preferiría que se quedara donde está. Sería una lástima que esto se disparara... que es lo que va a hacer de todas formas.
Pío Socaliñas jamás se había movido tan rápido. Desmintiendo su corpulencia, sacó su peonza del bolsillo y se la lanzó al Coronel a la cabeza, colocándole un chichón como un aguacate en plena frente. La pistola cayó al suelo. Sonó un disparo.
–¿Estás herida? –le preguntó Pío a la dama.
–No. ¿Y tú?
–Tampoco. Vámonos.
–Antes hemos de recuperar el disquete con tus datos. Está en el dormitorio –y se precipitó por las escaleras al piso superior.
Socaliñas la siguió muy esperanzado. La redonda y satinada grupa de ella, ascendiendo cada peldaño, le recordó la formación de montes, cordilleras y picachos, en los albores del planeta, según un ensayo geológico que leyera hacía tiempo.
(Continúa en Capítulo 5.)
(Continúa en Capítulo 5.)
¡Qué peligrosos los sismógrafos, por cierto la Señora era ¿ bien coñocida o no?.
ResponderEliminarLos sismógrafos lo registan TODO. Bueno, o casi.
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