(Capricho)
"El organigrama" (Capítulo 3 de 5)
(Resumen de lo publicado: Pío Socaliñas, sin comerlo ni beberlo –no ha ingurgitado nada en montón de horas–, aparenta no existir para lo bueno, porque para lo malo, sí. Leer Capítulo 1)
Pío Socaliñas, un poco deprimido, y no es para menos, conoce a una mujer misteriosa, a la que saluda con efusión. Leer Capítulo 2)
–Venga junto al fuego –invitó a Socaliñas un individuo perfectamente rasurado, menos bigote, al que llamaban Coronel.
–¿Qué fuego? –inquirió éste.
–Es verdad –admitió el otro–. No lo hemos encendido. La chimenea está obstruida. ¿Le importaría subirse al tejado a ver qué puede hacer?
La dama intervino.
–Es nuestro invitado.
Sonrió imperceptiblemente el Coronel.
–¿Ya te ha cumplimentado?
–No veas cómo –admitió ella con femenina gracia.
Engrióse el mismo.
–No termino de asumir esa costumbre tuya de manifestarte en bolas. Hasta al más bujarrón se le encabrita.
Socaliñas intuyó que el ambiente se espesaba.
–Le aseguro... –comenzó.
El Coronel sacudió su mano como si espantara un abejorro.
–Déjelo. Hablemos de lo que le ha traído. Por cierto, ¿qué le ha ocurrido a su cara?
–Un mal día para ella –pronunció con dureza Socaliñas.
–Tropezó –agregó la dama.
–¿Lloró? –quiso saber el Coronel.
–Intenté no hacerlo –confesó Pío–. Pero me acordé de mi infancia, cuando aún abrigaba ilusiones que el tiempo dispersó por los cuatro puntos cardinales, como hizo un vendaval con mi colección de calcomanías un domingo, arrebatándolas de mis pueriles manos en uno de mis intentos de comerciar con ellas. Tampoco fue ajena a mi sollozo la vicisitud aquella, que quisiera sepultar en el olvido, en que un solemne tribunal de encanecidos profesores tuvo la protervia de suspenderme en matemáticas, por la discutible razón de mi desconocimiento radical en la materia. ¿Y qué decir de la ocasión en que fui colgado de los pulgares desde una azotea cagada de palomas y que se aliviaron igualmente sobre mis facciones, al presente tumefactas...?
El Coronel volvió a agitar la mano, ahora como dando un cachete en el culete a salva sea la dama.
La despelotada se revolvió como una vaca cimarrona.
–¡Odio esa gestual manera tuya de expresarte!
–Si te parece escribo novela, como si fuera un mierda –replicó aquél.
–¡Lo preferiría! –sentenció ella–. ¡Todo, antes que permanecer en esa silla atusándote el mostacho y bebiendo whiskey directamente del gollete de la damajuana, mientras este hogar, que hubiera podido encaminarse a un futuro de progreso, se apergamina y encanalla...! ¿Tú qué opinas, Vladimir?
“Aquí hay canela fina”, elucubró el aludido meditando su respuesta y temblando ante la posibilidad de equivocarse. La dama enfiló elocuentemente sus pezones hacia él.
" Pero me acordé de mi infancia, cuando aún abrigaba ilusiones que el tiempo dispersó por los cuatro puntos cardinales"...ya no quedan ni ilusiones...el pasado cobra fuerza, nos deja sin palabras...volver a vivir un ya vivido...un eco nos llega y a la memoria visita diciendo" ¡Recuerda...recuerda!
ResponderEliminarCada edad y cada tiempo tienen su singularidad. Avanzando en la vida, el contento y la alegría pueden resentirse, pero la felicidad, paradójicamente, aumentar. Un abrazo.
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