miércoles, 3 de diciembre de 2014

MELONARES INSURRECTOS (A la labor del campo)

HUMOR ENTRE CASCOTES (DISPARATE)

   En el melonar, estaban los recolectores francamente disgustados. Entre que les pagaban poco y les hacían trabajar de sol a sol, mirándoles mal el capataz Lorenzo cuando le echaban un tiento a la caneca de malvasía, cualquier día preparaban una gorda.
   Para complicar las cosas, solía pasearse entre las ringleras la hija del terrateniente, con su pantaloncito escueto que omitía cubrir serio porcentaje de sus entrambas nalgas. El capataz se lo dijera al propietario, coincidiendo extrañamente los paseos de la joven con una disminución del rendimiento y apoplejías e infartos. Pero lo que se callaba el vivillo de Lorenzo era que él llevaba sus días y sus noches buscando la manera de declararle a la otra su amor incondicional y para siempre, que así llamaba a lo que el diccionario define como violación en toda regla.
   Al padre lo dejamos de momento, consignando simplemente que ignoró la advertencia del encargado. Mas quien sí calibró la libidinosa intención del personaje, aparte de la interesada, que en este terreno nunca se les escapa nada, fue Martín, trabajador más espabilado que los otros y que miraba a la hija por el rabillo del ojo, la cual hacía lo mismo y a la inversa pero con tanto disimulo que desesperaba a su secreto admirador.
   Visto ello, Martín calentó los cascos a los trabajadores, preparando una revuelta para hacerse con el poder en el campo hasta que llegaran los antidisturbios a restablecer el orden, pero al menos saldrían en el periódico.
   Martín y Lorenzo se tropezaron en un angosto puente y tuvo que retroceder el capataz, que luego se sacó la espina dándole voces a un Genaro, sirviendo la injusticia de espoleta para el levantamiento.
   Se plantaron todos amenazantes ante la casa, que no era nada del otro jueves aunque tenía dos pisos, sótano y desván, amén de varios cuartos de baño. Lorenzo se tomó la camioneta para aprovisionarse en la ciudad, pretexto que le dejó como un cobarde ante la hija, quien tuvo que enfrentarse sola (su padre se encontraba en Sidney, Australia) con Martín. Aquí se miraron intensamente y con odio, y era ya cuestión de tiempo (poco) el que la pareja se arremangara declarándose su mutua inclinación y allá melindres.
   Esa noche no pasó nada, si bien Genaro, que se había vuelto de lo más violento, propusiera una reedición de la Revolución Francesa, algunos de cuyos episodios le encandilaran en un documental televisivo, que este medio, si se sabe aprovechar, educa como ninguno.
   Comentó la hija que, cuando regresara el autor de sus días, iban a saber lo que es estopa. Y que si no les cruzaba ella misma la cara, era porque se manchaba las manos, afirmación que constituía una provocación como un castillo, pero como venía de sus labios de coral (esto lo pensó Martín) les hizo incluso gracia.
   Sin embargo, cuando volvió el padre de Sidney, se llevaron la sorpresa de que despidió fulminantemente al capataz, que se cogió una cogorza que casi le envía al otro barrio, y les subió el sueldo a sus trabajadores.
   Pero lo más importante fue autorizar la boda de su hija con Martín, al que nombró su hombre de paja. Circunstancias que evidenciaban que no era tan mala persona, sino amargado y falto de cariño desde que murió su esposa, laguna que pronto llenaron unos nietos, volviéndose tarrete.



2 comentarios:

  1. Nada de aburrida la insurrección del melonar.

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