HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)
Inició el año en el salón de un hotelito, arrastrado por Ofelia, su patrona. Al sonar las campanadas y descorcharse el champán, con la súbita explosión de serpentinas y confetis, Picardo vio que ella le sonreía insinuante. Mantuvo heroicamente las distancias hasta el alba, en que por fuerza regresaron juntos a la casa. Picardo era modelo de tacto, hasta el punto de que su patrona tomó su desvío por la pasión contraria: en la propia comida del día uno, ante el resto de los sorprendidos huéspedes, se anunció el compromiso y el subsiguiente y rápido enlace para el mes próximo. Según le felicitaban, Picardo se preguntaba si era imbécil.
De entrada, recibió el día de Reyes un obsequio envuelto en papel de regalo, que resultó ser un jersey tejido en el mayor de los secretos por la patrona. Se lo probó ante todos, quienes dieron su aprobación benévola. Picardo estaba hecho un brazo de mar, aseguraron. No pasaría frío. El ocupante de la habitación de al lado le guiñó un ojo. Nevaba en el exterior y en el alma de Picardo.
La cuesta de enero la subió Picardo, de camino a su trabajo –era empleado de comercio-, enfundados sus pies en unos gruesos calcetines salidos asimismo de los amorosos y gordezuelos dedos de Ofelia, que inminentemente le sorprendería con una faja que le entregó ruborizándose. Picardo iba siendo recubierto como una oveja.
Hacia el día veinte del mes –la jornada transcurría sin nevar-, inició el desesperado la contraofensiva.
Él no era digno de matrimoniar con la patrona, musitó a la mujer haciendo acopio de valor. Tenía multitud de defectos, aseguró. Sin ir más lejos, dijo con repentina inspiración, fumaba en la cama. Cualquier noche provocaba un incendio. Ofelia le ganó por la mano. Saltándose el ajuste presupuestario post navideño (y de paso los imaginarios temores del pupilo), le compró una tabaquera de piel con un diminuto corazón de oro. Supo Picardo parecer agradecido. Esa misma noche, intentó arrojarse al paso del tranvía, acobardándose en el último segundo.
Empleó las últimas fechas del mes en madurar la huida. Abandonaría subrepticiamente la ciudad, dejando una escueta nota con objeto de que no le buscaran creyéndole extrañamente desaparecido. Sus ahorros le ayudarían a sostenerse en el primer momento.
El mismo día treinta y uno, después de cenar, se encerró en su habitación. Cuando todos durmieran, saldría a hurtadillas de la casa, encaminándose con el mayor sigilo a la estación. Había adquirido ya el billete.
En silencio, extrajo su ropa del armario y la fue colocando encima de la cama. Era llamativo el número de prendas que le había tejido la patrona. Alzó un jersey de rombos y, sin saber por qué, se lo llevó mecánicamente a la mejilla.
Oyó un ruido. Se volvió.
Ofelia se situaba en el vano de la puerta.
Enternecida, contempló a Picardo con el jersey de rombos en la mano. Se le acercó. Rodeó al infeliz con sus brazos. Mañana, susurró, tendrían que firmar los papeles de la boda. Asintió Picardo, agónico.
Sonaron doce campanadas.
Había transcurrido el mes de enero.
¿ Y que típo de punto empleó la patrona en los jerseys?, porque según Dickens, transmitirá un mensaje u otro. ¡ Pobre Picardo!, pensé que se trataba de Guninildo.
ResponderEliminarNo estoy autorizado para revelar el tipo de punto que empleó la señora... Por cierto, me suena ese detallle, pero no ubico en qué novela de Dickens se registra.
EliminarEn cuanto a Guninildo, he dado orden a la servidumbre de que, si se presenta, le comuniquen que no estoy. Se está poniendo pesadísimo. Un saludo.
En Historia de Dos Ciudades, cuidado con los sirvientes Señor Rey que al final se quedan con el alma de los Señores a veces, Guninildo es un sabelotodo, me parece a mí, algo mujeriego diría yo, está haciendo un Estudio sobre las Damas Revoltosas de la Historia de España.
EliminarMe imaginaba que era esa obra, aunque no quería meter la pata. Y en lo que se refiere a Guninildo... mucho me temo que las mujeres no es precisamente su campo. Le gustaría, como es lógico, pero...
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