DIMES Y DIRETES
Son aquellos que fueron en el pasado niños de verdad, o sea, que disfrutaron como sólo y verdaderamente disfruta un niño: jugaban, saltaban… y leían. Pero que luego, al hacerse mayores, se ideologizaron y negaron la propia realidad que ellos vivieron. He sido testigo de cómo personas que se lo pasaron pipa en su momento con Enid Blyton y sus maravillosos libros de los Cinco, los Siete Secretos y el internado aquel de Torres de Malory, abominaron de estas novelas en su edad madura, con esa sonrisilla llena de suficiencia que ha sido, ahora afortunadamente menos, qué paciencia hemos tenido, la seña de identidad del progre. El Comité Central del Pensamiento, ese que infesta todos los campos –universitario, académico, periodístico…–, les prohibió atesorar, nunca mejor dicho, las vivencias de cuando eran niños, arrebatándoles su infancia de un plumazo, la cual ésa ahora yace, no sé si muerta, pero sí aterida y en andrajos, en cualquier cuneta silvestre del país. Ellos, lo hemos visto con estos ojos que se comerá la tierra, se volvieron con el tiempo petulantes, redichos y engolados; ellas, feas. Dios, en sus inescrutables designios, lo habrá querido así.